El mundo de la tecnología habla de una “burbuja de IA”, evocando imágenes de colapsos desastrosos del mercado y promesas no cumplidas. Sin embargo, la situación podría tener más matices que un simple escenario de auge y caída. Piénselo de esta manera: incluso las buenas inversiones pueden estropearse si se exageran.
El meollo del dilema de la infraestructura de IA reside en un desajuste fundamental: la vertiginosa velocidad del desarrollo de software de IA versus el ritmo glacial de construcción y equipamiento de centros de datos, los enormes centros informáticos que impulsan estos avances. Estas colosales instalaciones tardan años en construirse y equiparse con hardware de última generación. Para cuando entren en funcionamiento, varias cosas podrían cambiar drásticamente.
La intrincada red de proveedores que alimentan el ecosistema de IA es increíblemente dinámica. Predecir exactamente cuánta capacidad informática necesitaremos realmente dentro de unos años es como mirar dentro de una bola de cristal. Fundamentalmente, no se trata sólo del volumen de uso bruto; depende de cómo la gente utilizará la IA y de si se producen avances imprevistos en áreas como la eficiencia energética, el diseño de chips o la transmisión de energía.
La magnitud de estas apuestas añade otra capa de complejidad. Consideremos el proyecto “Stargate”, una empresa colosal encabezada por Oracle, OpenAI (el creador de ChatGPT) y SoftBank con un precio deslumbrante de 500 mil millones de dólares sólo para la infraestructura de IA. Para poner las cosas en perspectiva, esto se suma al contrato existente de servicios en la nube de Oracle con OpenAI por valor de 300 mil millones de dólares. Meta tampoco se queda atrás y promete gastar la asombrosa cifra de 600 mil millones de dólares en infraestructura durante los próximos tres años. Estos compromisos eclipsan las inversiones tecnológicas anteriores, lo que dificulta comprender todas sus ramificaciones.
Sin embargo, en medio de este torbellino de inversiones, persiste un signo de interrogación sobre la demanda de servicios de IA. Una encuesta reciente de McKinsey arrojó luz sobre la realidad: si bien la mayoría de las empresas están experimentando con la IA de alguna manera, pocas la han adoptado de todo corazón. La IA está demostrando su valía en casos de uso especializados y en la optimización de ciertos procesos, pero aún no ha revolucionado modelos de negocio completos a escala. En esencia, muchas empresas siguen siendo cautelosamente optimistas y esperan ver cómo la IA realmente remodela sus industrias antes de profundizar. Si los centros de datos se construyen con la expectativa de una demanda explosiva e inmediata por parte de las corporaciones, es posible que se encuentren sobreconstruidos y subutilizados por un tiempo.
Añadiendo aún más tensión está la amenaza siempre presente de las limitaciones físicas: incluso si el uso de la IA se dispara como se predice, es posible que la infraestructura tradicional no siga el ritmo. El director ejecutivo de Microsoft, Satya Nadella, expresó recientemente una mayor preocupación por la disponibilidad de espacio en el centro de datos en comparación con la escasez de chips (“No es una cuestión de suministro de chips; es el hecho de que no tengo carcasas calientes para conectarme”).
Además, los centros de datos existentes tienen dificultades para gestionar las demandas de energía de los chips de IA de última generación. La red eléctrica y la infraestructura física diseñadas hace décadas simplemente no fueron concebidas para este nivel de intensidad computacional. Este desajuste crea una receta para costosos cuellos de botella, independientemente de qué tan rápido avance el software o la tecnología de chips. Mientras Nvidia (un fabricante líder de GPU) y OpenAI avanzan a una velocidad vertiginosa, la capacidad del mundo para seguirles el ritmo se está quedando significativamente rezagada.
El futuro de la IA depende no sólo del código y los algoritmos, sino también de un cambio fundamental en nuestra capacidad de generar, distribuir y consumir energía. Construir suficientes centros de datos puede ser la parte fácil; asegurarse de que tengan el jugo para funcionar de manera efectiva podría resultar ser el verdadero cuello de botella, uno que podría definir si se trata realmente de una revolución tecnológica que define una era o de otro ciclo de exageración seguido de desilusión.



























































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